En 1943 Sartre publica “El ser y la nada”. En la obra no consigue dar una salida satisfactoria a la finalidad humana. Al término del libro concluye que una respuesta a esta situación no puede darse en el plano ontológico, -el estudio del ser-, y solo podría alcanzarse en un plano ético. De hecho, el libro se subtitula “Ensayo de ontología fenomenológica”. Promete abordar el tema a futuro. Pero nunca lo hace. En 1983, tres años después de su muerte, se recogen varios textos no publicados bajo el nombre de “Cuadernos por una moral”.
En el lenguaje, conceptos, y planteamientos de las dos primeras partes de este texto, “Ética Existencial” y “El contenido objetivo del acto moral”, pareciera que se hace referencia al problema planteado y se propone una solución. No hay comentarios a los apartados siguientes.
Sobre Sartre solo apuntaremos que en ningún caso se parece a los filósofos al uso. De hecho, en el ámbito académico no tiene un gran predicamento actualmente. Siguió fielmente el objetivo que él mismo se fijó como pensador, a saber, ser un agitador. En Gran Bretaña se prohibió su obra de teatro “A puerta cerrada” y en la Unión Soviética “Las manos sucias”. Pio XII metió todas sus obras en el índice de libros prohibidos. Los veteranos del ejército francés se manifestaban por las calles gritando “fusilen a Sartre”, es un corruptor de la juventud, por oponerse a la guerra de Argelia. Tres veces atentaron con bombas contra él. Fue un importante referente en el mayo del 68 parisino. Recibió el premio Novel de literatura, y lo rechazó. Pero en su entierro, aparecieron unas cincuenta mil personas para acompañar el féretro.
Los comentarios se insertan en el texto, en cursiva.
Jose García.
ETICA EXISTENCIAL
SILO
1962
ÉTICA EXISTENCIAL.
Si un hombre rehúsa amar todo lo de esta tierra, probará su rechazo y lo llevará a cabo por el suicidio.
Si un hombre vive, significa que, diga lo que dijere, hay en él una adhesión a la existencia.
Su vida se hallará a la medida de esa adhesión.
Su vida se justificará a la medida de esa adhesión.
Su vida se justificará en tanto que justifique auténticamente al mundo.
Establece como punto de partida un planteamiento existencialista. El hombre tiene la responsabilidad de enfrentarse a la facticidad de su vida y elegir. Descartes, anterior al existencialismo, pero referente para la corriente por el cogito: “yo experimento”, dirá “Nadie puede comprender por mí” y Heidegger, “Nadie puede morir por mí”.
El existencialismo afirma que la existencia precede a la esencia. Al no haber una esencia en nuestra naturaleza que determine cómo debemos actuar, la esencia humana se crea a lo largo de sus decisiones.
Sartre, en su humanismo existencial, afirma que la vida permanentemente nos impone sus hechos obligándonos a elegir. Si traspasamos esa responsabilidad a otro, por cualquier motivo, religioso, político, ideológico, etc., nos convertimos en el esclavo hegeliano. Solo el acto de elegir nos transciende de lo natural.
Sólo hay una posibilidad de deber ser para un ser que se pone en cuestión en su ser. Un ser que se pone a distancia de sí mismo y que tiene por ser a su ser. El hombre es ese ser cuyo ser es no ser.
“El hombre es ese ser cuyo ser es no ser” está tomado literalmente de Sartre. La distancia que pone el hombre consigo mismo, entre su facticidad y su conciencia, es la que define como la nada. Esa nada es parte del para-sí, una conciencia puramente intencional. Esa nada, como distancia entre lo factico de nuestro yo y nuestra conciencia, nos permite una reflexión profunda, puramente ontológica: quién somos. De aquí el nihilismo como negación del ego.
El hombre procura en vano efectuar la síntesis del para sí y del en sí, procura en vano conciliar su ser con su no ser.
A este intento en vano llega Sarte al final del libro.
El en-sí, es la facticidad del hombre, sus circunstancias y lo que le describe, pero no es él mismo.
El para-sí, es esa esencia que no existe en el hombre previamente a su existencia. Su conciencia. Para Sartre, que sigue el método fenomenológico, la sucesión de sus manifestaciones, que van tomando forma en el tiempo.
El problema de separación entre exterioridad e interioridad ya está planteado en Kant: la cosa en sí misma no la podemos conocer, solo su manifestación.
Otros existencialistas, antes, intentaron salir de esta dualidad que lleva al solipsismo, pero no lo hacen de forma satisfactoria para Sartre. Husserl, -idealista-, se centra principalmente en la conciencia. El gran descubrimiento de Husserl es la intencionalidad (además del método). La conciencia siempre es conciencia de algo. Poner atención intencional en algo. Del latín, intensio, estar extendido hacia algo. Heidegger, -realista-, se centra en los actos. Sartre añade la posición desde la que se enfrenta una situación dada, que cambia completamente la experiencia. «Soy en situación».
Sobre el método fenomenológico: busca conocer “la cosa misma”, la esencia objetiva, mediante una cuidadosa descripción de cómo aparece en la conciencia. Usa la reducción fenomenológica o epojé, quitar los aspectos externos, poniendo en duda la existencia real del objeto, y la reducción eidética, para apartar los aspectos subjetivos.
Sin fracaso no hay moral. La noción del deber ser no tienen sentido para Dios ni para quién está en perfecto acuerdo consigo mismo. Es imposible proponer al hombre una moral si se lo define como naturaleza, como lo dado.
La conciencia moral subsiste en la medida en que hay desacuerdo entre la naturaleza y la moralidad.
La conciencia moral desaparece si la ley de la moral se transforma en ley de la naturaleza.
El hombre es un ser que se hace carencia de ser a fin de que tenga ser. Es decir, su pasión no le es infligida desde afuera; al contrario; él la elige; ella es su ser mismo. La pasión consentida por el hombre no encuentra justificación exterior.
El existente se afirma como interioridad pura (como conciencia) frente a las cosas.
El existente es soberano en el mundo de las cosas (no está determinado por el mundo de las cosas) y esa soberanía es compartida por sus semejantes. Es objeto para los otros. Es individuo en la colectividad.
Si el hombre tiene una esencia en su naturaleza, dada por dios, o por la sociedad, o por la evolución, viene determinado por esta y no existe la libertad, tal y como propone el determinismo. Si no hay libre elección, tampoco hay posibilidad de moral. Ante esto, principalmente, se revelan los existencialistas de todo tipo.
La existencia es la que crea esa esencia, el “desin”, el “ser en el mundo”, de Heidegger. El mundo nos pone en situación y nos obliga a tomar decisiones, a elegir. El hombre está condenado a ser libre, según Sartre. El ser del hombre no existe, se conforma en ese enfrentamiento con lo natural.
«El hombre es ese ser cuyo ser es no ser». Esa subjetividad que solo se realiza como presencia en el mundo, esa libertad comprometida, esa manifestación del para sí es dada inmediatamente por el otro.
Hegel ha propuesto no rehusar ninguno de los dos aspectos, conciliándolos. Según él, el instante se conserva en el desarrollo del tiempo, la naturaleza se afirma frente al espíritu que la niega afirmando, el individuo se reencuentra en la colectividad y la muerte se realiza mutándose en la vida de la humanidad.
Kierkegaard se ha opuesto a Hegel destacando el irreductible de la ambigüedad.
En “El ser y la nada” se dice, «El otro es el mediador indispensable entre yo y yo mismo.» «Necesito del otro para captar por completo todas las estructuras de mi ser», y por ello, el ser-para-otro, es uno de los elementos del para-sí.
Sartre intenta conciliar el en-sí y el para-sí mediante el encuentro con la subjetividad del otro, (pero al final no lo consigue).
Hegel, en la fenomenología del espíritu, establece que solo puedo conocer al otro como objeto, no como subjetividad. Husserl, deriva la subjetividad del otro desde la de uno mismo. Heidegger, en su estar-con-el-otro, lo hace parte inseparable del ser en el mundo.
Sartre introduce el concepto de “la mirada”. A menudo el otro se presenta como un objeto, pero si le observo, veo que está afrontando el mundo, transformándolo. Aún es un objeto, pero especial. Para captar al otro como sujeto, necesito la mirada del otro. Cuando el otro me observa, me invade, me convierte en objeto y él se convierte en sujeto, y así experimento su subjetividad.
Los hombres se reconocen el fin supremo al cual subordinan su acción. La moral hasta hoy ha propuesto una pura exterioridad o una pura interioridad y tratando de suprimir la ambigüedad.
El quehacer de la vida es levantar el edificio de la muerte. Esta ambigüedad es padecida por el animal y pensada por el hombre. Para realizar su verdad el hombre no debe procurar disipar la ambigüedad de su ser, sino por el contrario aceptar realizarla. Solo vuelve a encontrarse en la medida en que consiente permanecer a distancia de sí mismo. Por tanto la síntesis no es conciliatoria como en Hegel, sino ambigua. Es el acuerdo del desacuerdo, pero no el acuerdo entre el desacuerdo.
Sartre, finalmente, reconoce que ontológicamente no es capaz de resolver esta ambigüedad. Para liberarme de la mirada del otro, que me objetiviza haciéndome perder mi libertad, tengo que objetivarle, siendo yo el que mira.
Concluye: «Estas consideraciones no excluyen la posibilidad de una moral de liberación y de salvación. Pero ésta debe ser alcanzada al final de una conversión radical, de la que no podemos tratar aquí».
A partir de aquí, Silo comienza una propuesta diferente, no tratar de resolver la ambigüedad, sino aceptarla.
La existencia se afirma como un absoluto que debe buscar en sí mismo su justificación y no suprimirse.
El hombre se hace carencia, pero puede negar la carencia como carencia y afirmarse como existencia positiva. Por tanto, asume el fracaso.
No debe reconocerse ningún absoluto exterior al hombre. Cuando un hombre pone en un cielo ideal esa síntesis imposible del para sí y del en sí que denomina Dios, anhela que la mirada de ese ser cambie su existencia en ser. Pero si acepta no ser a fin de existir auténticamente, abandonará esa objetividad inhumana; comprenderá que no se trata de tener razón ante los ojos de Dios sino de tener razón ante sus propios ojos.
Es la existencia humana la que hace surgir en el mundo los valores según los cuales juzgará las acciones que emprenda. Pero primero se sitúa más allá de todo pesimismo y optimismo, porque el hecho de su brote original es pura contingencia. Para la existencia vale tanto la razón de existir como la de no existir.
El hecho de la existencia no puede estimarse pues es el hecho a partir del cual todo principio de estimación se define. No puede compararse con nada, pues fuera del él, no hay nada susceptible de servir como término de comparación.
Se trata de saber si uno quiere vivir y en qué condiciones.
Sartre dice que el proyecto fundamental del hombre es llegar a ser dios, ya que quiere convertir el ser-en-sí en un para-sí, desea de ser la causa de sí mismo, un ser que es su propio fundamento.
Silo descubre que tras este planteamiento aún permanece sutilmente el concepto de Dios, no ya por dar una esencia que determinaría al hombre, sino como la mirada de una super subjetividad que nos cosifica de nuevo.
También invierte el sentido de la nada. La nada no es una carencia, ya que el sentido de la existencia no viene dado, sino que es dado mediante la intención de uno con respecto a su propia existencia.
El contenido objetivo del acto moral
El hecho de ser un sujeto es un hecho universal y el cogito cartesiano expresa a la vez la experiencia más singular y la verdad más absoluta.
La fuente de todos los valores reside en la libertad humana. Por tanto se toma por punto de partida el principio según el cual la existencia del derecho y del deber y la esencia del sujeto pensante y actuante son absolutamente idénticas.
La fuente de los valores no es el hombre impersonal universal, sino la pluralidad de los hombres concretos, singulares, proyectándose hacia sus propios fines a partir de situaciones cuya particularidad es tan radical, tan irreductible como la misma subjetividad. Originalmente separadas ¿Cómo podrían los hombres unirlas?
Vuelve a establecer las bases de los planteamientos existencialistas, y el problema de la subjetividad del otro.
No hay moral más que cuando hay problemas a resolver.
Kant dijo algo así como que las aves solo vuelan si el aire ofrece resistencia al aleteo. Sartre maneja la adversidad como parte ineludible de la libertad filosófica, determinarse por sí mismo, en contraposición a la libertad empírica, conseguir lo que se quiere.
La separación entre los hombres es. Y las morales que han olvidado esto no son válidas.
El designio original del hombre es ambiguo: quiere ser y en la medida en que coincide con esta voluntad, naufraga; todos los proyectos a través de los cuales se actualiza ese querer ser, son condenados, y los fines circunscriptos por ese proyecto permanecen como espejismos.
Este deseo de otorgarse una esencia, convertir el en-sí en para-sí, llevan a Sartre a decir “el hombre es una pasión inútil”.
Pero el hombre se quiere también como descubrimiento del ser.
Pudiera ser una vuelta al tema del hombre que se quiere como un ser que es su propio fundamento. Pero también pudiera tener un significado diferente: el hombre también se quiere en al acto de descubrirse en el para-sí que va generando. Esto estaría más en consonancia con la propuesta de aceptación. Pareciera un existencialismo más radical.
La libertad es la fuente de donde surgen todas las significaciones y todos los valores.
Quererse moral y quererse libre es una sola e idéntica decisión.
Quererse libre es efectuar el tránsito de la naturaleza a la moralidad.
Sin libertad no hay moral posible, como ya hemos visto que plantean todos los existencialistas.
Mi proyecto jamás se ha fundado. Se funda.
Sartre: la facticidad es una positividad, un hecho, y nosotros insertamos una negatividad, un distanciamiento con el hecho. El hecho no es capaz de motivar una acción. La acción es una proyección del para-sí hacia algo que aún no es, de forma que la conciencia se mueve permanentemente de los hechos, que niega, a un futuro donde les da solución. El sentido de la acción depende de eso que no es, la negativadad, es el proyecto.
La voluntad se desarrolla a través del tiempo; es a lo largo del tiempo que el fin es entrevisto y la libertad se confirma. Esto supone que se realiza como unidad a través de la participación del tiempo.
Una existencia no podría fundarse si no se hundiera instante tras instante en la nada.
El niño es incapaz de formularse ningún interrogante moral, pues no puede reconocerse en el pasado ni preverse en el
Hoy no podría querer auténticamente un fin sin quererlo a través de mi existencia entera, como futuro de este momento presente, como pasado sobrepasado de los días por venir; querer significa comprometerse a perseverar en mi voluntad.
El creador se apoya en creaciones anteriores para crear la posibilidad de creaciones nuevas.
La temporalidad es otro elemento fundamental del estudio del ser.
Desde el tiempo objetivo de Newton, pasa al tiempo relativo, como sistema de relaciones, de Leibniz. Hegel lo mueve a la experiencia fenomenológica, y afirma que solo se experimenta el pasado, y que su acumulación es la esencia del ser.
En “El ser y la nada”, la conciencia nunca está en ninguna de las tres dimensiones. Yo no soy ya el que fui, -el pasado es facticidad-, soy el que soy con todo lo que he sido, pero el presente es casi un punto teórico. El futuro es la dimensión de las posibilidades al que tiende el para-sí, la conciencia.
Silo incide en la intencionalidad en la temporalidad. Aunque más bien al revés. La intencionalidad necesita de la temporalidad en cuanto permanencia, consecuente con la visión de irse constituyendo en el tiempo mediante la dirección de las decisiones.
Cuando un esfuerzo sucumbe, declararse con amargura que se ha perdido el tiempo derrochando las fuerzas, el fracaso condena aquellas partes de nosotros mismos que habíamos comprometido en ese esfuerzo. Los Estoicos, con objeto de escapar a ese dilema predicaron la indiferencia.
Mi libertad no debe tratar de aprehender el ser, sino de develarlo. El tránsito del ser a la existencia es el develamiento. Se conquista la existencia a través de la sustancia siempre fallida del ser.
“Mi libertad no debe tratar de aprehender el ser, sino de develarlo” concreta la propuesta de Silo. No soy lo que creo que debiera ser, no fui como ahora creo que debí ser, no llegaré a ser lo que hoy creo que debería llegar a ser. En todo hay sufrimiento y encadenamiento porque hay un intento de agarrar el ser. Es el proceso de ver la conformación del ser en el tiempo el que libera.
La prisión perpetua reduce la existencia a su pura facticidad, prohibiéndole toda legitimación.
Cuando el obstáculo es natural se lo supera o se lo rechaza, pero cuando el obstáculo está constituido por otra libertad humana que opera sobre nosotros opresivamente, la superación o el rechazo de ese obstáculo se manifiesta como rebeldía. No se es rebelde contra el orden natural, sino contra el orden humano.
Silo parece tomar el tema del esclavo de Hegel, pero lo aplica al prisionero. Sartre dijo en algún momento que los franceses nunca fueron tan libres como bajo la ocupación nazi, por la necesidad de optar por la rebeldía o por la sumisión.
Por el en sí se arriba a la significación y a través de él, al para sí que proyecta. El para sí lleva en su corazón la nada. El proyecto nihiliza.
La prisión es negada como tal cuando huye el prisionero.
En el en-sí se proyecta el para-sí. Es el reconocimiento de la conciencia a través del acto, de Heidegger. Que este reconocimiento se realiza a través de la significación, parte de la teoría del conocimiento, -sistema de percepción, representación y significados-, que Sartre toma de Lacan.
Hay situaciones límites en donde ese retorno a lo positivo es imposible, donde el futuro está clausurado definitivamente, entonces la rebeldía solo puede llevarse a cabo en la repulsa definitiva de la situación impuesta. Esto es, mediante el suicidio.
Así como la vida se confunde con el querer vivir, la libertad siempre surge como movimiento de liberación.
Si el hombre quiere cambiar su existencia (que solo a él le compete) es necesario que su espontaneidad original se eleve a la altura de una libertad moral, concibiéndose ella misma como fin a través del develamiento de un contenido singular.
Porque puede haber «mala voluntad», el término «quererse libre» cobra sentido.
Sartre: el hombre está obligado a ser libre, pero esto le produce la angustia de la elección. El hombre puede actuar de “mala fe” enajenando su libertad al decidir que hay una esencia que determina su ser, eliminando la angustia, pero llevando una vida no auténtica.
Silo pone énfasis en que la libertad también se elige, y planteando que en una situación extrema en la que la autenticidad no es posible, queda el suicido como último acto libre.
Porque existen verdaderos fracasos morales se puede hablar de victoria.
Asumirse como ser que «se hace carencia de ser a fin de que tenga ser».
Silo: solo al caer en cuenta del fracaso moral, se llega a la comprensión de que la liberación, y el ser auténtico se alcanzan asumiendo la carencia de ser.
Pero el juego de la mala fe permite que uno se detenga en cualquier momento; se pueda vacilar en hacerse carencia de ser, retroceder ante la existencia; o bien uno puede afirmarse falsamente como ser, o afirmarse como nada; uno puede realizar su libertad solo como independencia abstracta, o por el contrario rehusar con desesperación la distancia que nos separa del ser.
Lo formal
El niño está lanzado a un mundo que él no ha contribuido a formar. El mundo donde vive es el de lo formal, pues lo propio del espíritu que se atiene a lo formal es considerar los valores como cosas definitivas.
El niño, víctima del espejismo del para otro, cree en el ser de sus padres. El también cree ser y cree en la existencia de un bien o un mal como cosas definitivas y plenas.
Normalmente, el niño escapa a la angustia de la libertad. El niño formal es una caricatura de hombre.
El esclavo vive también en un mundo formal porque no se ha elevado a la conciencia de su esclavitud. Es el niño grande.
Desde que una liberación surge como posible, no explotar esa posibilidad es llevar a cabo una disminución de la libertad, disminución que implica la mala fe y que a su vez es una falta positiva.
La adolescencia derriba el mundo de lo formal.
Se descubre el carácter humano de lo que a uno le rodea y debe elegirse, ya que las «cosas» no se imponen naturalmente ni definitivamente.
La elección se opera instante tras instante a lo largo de toda la vida, que se realiza sin razón, previa a toda razón. La libertad solo se halla presente bajo la figura de la contingencia.
Incumbe a cada cual, hacerse carencia de determinados aspectos del ser. Lo que se denomina vitalidad, sensibilidad e inteligencia no son cualidades determinadas sino una manera de lanzarse sobre el mundo y develar el ser.
Es a partir de las posibilidades fisiológicas que uno surge al mundo, pero el cuerpo no es un hecho bruto, porque expresa nuestra relación con el mundo y no determina ninguna conducta.
Existir es hacerse carencia de ser, es arrojarse en el mundo. Aquellos que tratan de impedir ese movimiento original son los sub hombres. El sub hombre rehúsa esa pasión que es su condición de hombre. Mantiene su presencia en el plano de facticidad desnuda. Pero la repulsa es una manera de vivir y en eso reside su fracaso. El sub hombre se realiza en el mundo fácticamente, formalmente como fuerza natural, como fuerza bruta.
La moral es el triunfo de la libertad sobre la facticidad.
El hombre formal se considera lo inesencial frente a lo esencial de la cosa o de la causa.
Existe lo formal en el momento en que la libertad se niega en provecho de fines que se pretenden absolutos.
El hombre formal no vacila en imponer credos, es decir, un movimiento interior por medio de violencias exteriores.
Lo formal es una de las maneras de tratar de realizar la síntesis imposible del en sí y el para sí.
Para que surja el Universo de los valores revolucionarios es necesario que un movimiento subjetivo los cree en la revolución y en la esperanza.
Si en el marxismo el sentido de la acción es definido por las voluntades humanas, estas voluntades no aparecen como libres, son el reflejo de condiciones objetivas por las cuales se define la situación de la clase del pueblo considerado. La subjetividad se reabsorbe en la objetividad del mundo dado, todos los actos son resultantes de acciones exteriores. Aquí debemos aclarar: el sentido de la situación no se impone a la conciencia de un sujeto pasivo, que solo emerge por medio del develamiento que opera en su proyecto un sujeto libre. Para adherir al marxismo es necesario apelar a una fuente extraña a él. La palabra «tradición» entre otras, no tiene valor en boca de un marxista.
El marxismo vitupera en nombre de un moralismo superior de la historia. Sabemos que ni el desprecio ni la estimación tendrían significado alguno si se contemplasen los actos de un hombre como pura resultante mecánica. Para admirarse o indignarse es preciso que los hombres tengan conciencia de la libertad de los otros y de su propia libertad. Tanto a los ojos del marxista como del cristiano, obrar libremente es renunciar a justificar sus actos.
Como los marxistas se encuentran obligados a ratificar la creencia del hombre en su libertad, procuran conciliar esta con el determinismo. Para ellos admitir la posibilidad ontológica de una elección, ya es traicionar la causa.
Es contradictorio rechazar el momento de la elección, que es precisamente, el instante del pasaje del espíritu a la naturaleza, el instante de la realización concreta del hombre y de la moralidad.
Lo propio de toda moralidad es considerar la vida humana como una parte que se puede ganar o perder, e instruir al hombre respecto al modo de ganarla.
Me pongo frente al otro como presencia.
Para evitar la angustia de la elección permanente puede intentarse huir a través del objeto mismo.
La fuga, antes que nada es fuga moral: elección definitiva (como intención) de la no libertad.
La angustia del elegir continuamente trata de ser trabada por el fugado.
La fuga aparece como no compromiso con el mundo utensilio o también como dependencia del mundo utensilio. Solo el enfrentamiento y la asunción del mundo utensilio, salvan al fugado. El instante del tránsito del espíritu a la naturaleza: el instante moral.
El nihilismo es lo formal menoscabado retornado sobre sí mismo. El nihilista se quiere como nada. Y la presencia de ese mundo que los otros develan debe ser nihilizada.
El error del nihilismo reside en que define al hombre no como la existencia positiva de una carencia, sino como una carencia puesta en el corazón de la existencia, cuando en verdad la existencia no es en sí carencia. Sin embargo, el nihilista sabe que vive y en eso reside su fracaso: rehúsa su existencia sin lograr abolirla.
El fin absoluto y universal, es la libertad misma.
El apasionado se hace carencia de ser no para tener ser sino para ser; y permanece lejos y nunca se siente colmado.
Un hombre que busque el ser lejos de los hombres, lo busca contra ellos, y al mismo tiempo, se pierde el mismo.
Me pongo frente al otro como presencia. Si verdaderamente yo fuese todo, no habría nada junto a mí, el mundo estaría vacío, no habría nada que poseer y yo mismo no sería nada. Al sustraérseme el mundo, el otro también me lo da, puesto que una cosa solo me es dada desde el movimiento que la arranca de mí.
Querer que el otro tenga ser es querer que existan hombres por quienes y para quienes el mundo está dotado de significaciones humanas; el mundo no puede revelarse más que sobre un fondo de mundo revelado por los otros hombres; no se define ningún proyecto más que por su interferencia con otros proyectos; hacer que «tenga ser» es ponerse en comunicación a través del ser con otro. Esto nos sirve para los hombres que nos han precedido y los que nos sucederán. Solo la libertad de otro nos impide a cada uno de nosotros fijarse en la absurdidad de la facticidad. Si todo proyecto emana de la subjetividad, sin embargo la sobrepasa.
Existe también la actitud estética. Todo hombre tiene algo que ver con los otros hombres. El mundo con el cual se compromete es un mundo humano, en donde cada objeto se haya penetrado de significaciones humanas. El esteticista dice: ninguna solución es mejor o peor que otra. Es una pura mirada, un espectador fuera de la historia.
Siente también la conciencia del fracaso. El presente se le aparece como un futuro pasado. En cuanto se permite que el pasado quede en pura facticidad salta la conciencia del fracaso.
De este modo, los hombres formales; los marxistas, los nihilistas, los cristianos y los esteticistas «son distintas expresiones de la fuga moral».
La diferencia de conductas es una diferencia ritual, cómo significación profunda está la fuga moral.
Libertad y Liberación
Se trata de recuperar como absoluto el mismo esfuerzo por la libertad. Recién ahora adquiere sentido el vocablo «trabajo». Es contradictorio querer economizar la existencia que precisamente existe gastándola, por tanto no es válida esa pretensión de la técnica.
El hombre no se rebela contra las cosas sino contra los otros hombres.
El hombre no es hombre más que en tanto moral.
No se soporta un terremoto como una guerra. Aquí es necesario tomar partido.
Los tiranos evitan al hombre tomar partido, disfrazando la situación de cosa natural, de fatalidad, de raza, de clase, etc.
La causa de la libertad es tanto del otro como mía, es universal. Hay que poner al oprimido en presencia de la libertad para que él decida. Aquí toma sentido el vocablo «educación».
Solo respetamos la libertad cuando se destina a la libertad. No es cierto que la libertad del otro limita mi libertad. La existencia del otro, en tanto que libertad, define mi situación y ella es, precisamente, la condición de mi “libertad». Se me oprime si se me encarcela no si se me impide encarcelar a mi vecino.
Ni en el pasado ni en el porvenir puede preferirse una cosa o una causa del hombre, quien constituye la razón de todas las cosas.
La acción
La moral al reclamar el triunfo de la libertad sobre la facticidad, reclama también que se la suprima.
Quien no es enemigo del tirano lo es del oprimido.
El tirano se afirma en sí mismo, como trascendencia, considerando a los otros como puras inmanencias.
Toma de la ambigüedad humana en cada caso un solo aspecto.
El fascismo y el marxismo usan el mismo principio: la libertad del individuo solo se logrará con su sobrepasamiento.
Los tiranos deciden: el hombre valeroso muere porque ha consentido; el que rehúsa la muerte merece morir.
Si se enseña a los hombres el consentimiento de su sacrificio en favor de la Causa, estos son abolidos como tales.
Los tiranos justifican por medio de la causa el sacrificio de una generación a la venidera.
Si el individuo no es nada, la sociedad será cualquier cosa. Sólo el sujeto puede justificar su propia existencia, ningún objeto extraño podría aportarle la salvación.
Toda concepción colectivista relega la subjetividad a la causa.
A pesar de la rigidez de la tiranía, la oposición demuestra que el error es posible en el mundo y que el tirano también puede equivocarse. Lo que distingue a la guerra y a la política de cualquier otra técnica, es que el material empleado es humano.
Ninguna transformación futura podrá conciliar la ambigüedad que yace en todo hombre. La libertad no será dada sino siempre conquistada.
El hombre y la historia son «totalidades destotalizadas», es decir, que la separación no excluye la relación e inversamente.
Puede haber acción común con ciertas políticas, pero la diferencia debe ser moral en primer término.
El fin no justifica los medios, más que cuando aquel se halla presente, si es totalmente develado en el transcurso de la actual empresa.
Es forzoso afirmar la existencia del presente si no se quiere que toda la vida se defina como una fuga hacia la nada.
En la medida en que no participamos del tiempo que fluirá más allá del acontecimiento que esperamos, no debemos esperar nada de este tiempo para el cual hemos trabajado; otros hombres vivirán en él sus alegrías y sus penas. Las tareas deben encontrar su fin en sí mismas y no en un fin mítico de la historia.
No debe confundirse la ambigüedad con la absurdidad.
Declarar absurda la existencia es negar que puede darse un sentido; decir que es ambigua es proponer que el sentido no está fijado, que debe conquistarse incesantemente. La absurdidad recusa toda moral; pero también la racionalización conclusa de lo real no deja sitio a la moral.
En el momento del rechazo (a un régimen por ejemplo) la antinomia de la acción se borra, el medio y el fin se reconcilian.
Pero la antinomia reaparece a partir del momento en que la libertad se da de nuevo con fines que se hallan lejos en el futuro.
No hay que negar el escándalo de la ambigüedad ni de la violencia, su conciliación en la negación es falsa.
La violencia solo se justifica cuando abre posibilidades concretas a esa libertad que pretende rescatar.
El valor de un acto no está en su conformidad con un modelo exterior, sino con su verdad interior.
¿Diré la verdad para liberar a la víctima? Será necesario primero haber creado una situación tal que la verdad sea soportable y que el individuo engañado encuentre en torno suyo razones que lo ayuden a esperar.
El hombre es hombre a través de situaciones cuya singularidad es, precisamente, un hecho universal.
Recusamos toda condena, como también toda justificación a priori de violencias ejercidas con miras a un fin válido.
La muerte de un hombre presente es inconmensurable respecto a la vida de un hombre por venir.
La rebeldía debe tender a la liberación final y aunque esta no se vislumbre, debe seguir actuando para impedir toda falsa reconciliación.
El método consiste en confrontar en cada caso los valores realizados y los valores entrevistos, el sentido del acto con su contenido.
Una acción que desea servir al hombre debe procurar no olvidarlo en el camino; si escoge realizarse ciegamente, perderá su sentido o revestirá un significado imprevisto, ya que la meta no se encuentra fijada de una vez por todas, sino que se define a lo largo del camino.
Es el propio triunfo lo que un individuo o un partido toman por fin cuando eligen triunfar a cualquier precio.
La moral debe volverse efectiva a fin de que devenga difícil aquello que era facilidad.
Debe impedirse que la tiranía y el crimen se instalen triunfantes en el mundo; la conquista de la libertad es su única justificación y por tanto oponiéndose a aquellos, debe mantenerse de una manera viva la afirmación de la libertad.
El individuo justifica su existencia por un movimiento que como la moral brota de su corazón y termina fuera de él.
Tanto en la construcción como en el rechazo de una situación, se trata de reconquistar la libertad sobre la facticidad contingente de la existencia, es decir, de retomar como querido por el hombre lo dado, que, al principio, está allí sin razón. Tal conquista no se cumple jamás; la contingencia permanece y aún, para afirmar su voluntad el hombre está obligado a hacer surgir en el mundo el escándalo de lo que no desea. Más esta porción de fracaso es condición propia de la vida. No se podría soñar su abolición sin soñar al punto la muerte.
Esto no significa que debe consentirse el fracaso, sino que debe consentirse el luchar contra él sin descanso.
Índice
- Ética Existencial
- El contenido objetivo del acto moral
- Lo formal
- Libertad y Liberación
- La acción






Brillante trabajo intelectual, un aporte muy interesante que requiere tener consolidado un alto nivel de conciencia y pulcritud para poder seguirlo. Gracias por tu esfuerzo intelectual para darnos esta nueva perspectiva del aporte del siloismo al campo de la filosofía. Agradecido!! Un abrazo fuerte!
Moncho, gracias a ti por leerlo y por tus palabras, como tú, amables. Un fuerte abrazo.